Los extrarradios de las ciudades, y me refiero a barrios incluidos dentro del área metropolitana, suelen con frecuencia identificarse con lugares empobrecidos y descuidados, cuando no de riesgo por el talante de quienes los habitan. Sin duda los hay que albergan clanes violentos y muchos polígonos industriales invitan a un rodeo; sin embargo, algunas zonas periféricas que quienes vivimos en el centro no acostumbramos a frecuentar, pueden deparar agradables sorpresas, de modo que vale la pena, siquiera de vez en cuando, dedicar unas horas a deambular por ellas, asumiendo que, como advirtiera Claudio Magris, las fronteras pueden ser barreras y también puentes que nos permitan nuevas experiencias y, como quien dice, a cuatro pasos.
Todo lo anterior, a propósito de recientes paseos (algunos repetidos por el placer que obtuve tiempo atrás) por las inmediaciones de la ciudad de Palma de Mallorca. Por cierto, la mejor del mundo según la calificara hace unos años el periódico The Times y quizá no le faltase razón, a pesar de que seguramente no incluía en su apreciación algunos alrededores de evidente atractivo y no únicamente por la cercanía al mar. Ocurre en muchas urbes de la península y recuerdo con nostalgia los paseos con mi hermano, hará ya más de 40 años, por el camino de Alfar (ahora El Far), a la salida de Figueres. Pero la motivación para estas líneas ha sido, en mi ciudad de ahora y más allá de Es Molinar, Es Portixol o los bosques de Bellver, perdernos por urbanizaciones cercanas y que hasta aquí no había frecuentado: Son Cotoner, Son Moix…
Pocos transeúntes, menor el tráfico y en consecuencia mayor tranquilidad; abundantes espacios verdes, vistas al descampado o a los montes en el horizonte, en un sucedáneo de pueblos que me han llevado a recordar con nostalgia el de mi niñez, aún pendiente de glosar. Lugares sin historia, distritos con menos anclajes al pasado que los núcleos urbanos y, por eso mismo, abiertos al porvenir. Naturalmente que hay arrabales, como digo, de variado pelaje, pero para el justo juicio sobre los mismos, convendrá evitar los apriorismos y, por hacer caso a Pitágoras, huir de los caminos concurridos siquiera de vez en cuando. Y es que aprender a perderse es una asignatura que, como he venido comprobando y probablemente también muchos de ustedes, puede dar mucho de sí.
Mmmmm, no sé, no sé…Sorprendida por las zonas que mencionas. Aunque es verdad que no paseo por ahí, precisamente por tenerlas cómo poco estimulantes. A no ser que tengas sitios secretos, me sigue apeteciendo mucho más el centro histórico.
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Lo comparto, pero cuando ya has paseado por ahí 50 veces… Perderse por la periferia, un atractivo bareto, las vistas que desconocías…
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Ya, y por eso me seduce más pasear en la part forànea, qué también tienen un puntazo. 🙂
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Efectivamente, al punto de que yo, cuando baja el calor, cada semana me hago una excursioncita por la tarde y cenamos por ahí…
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Coge tren de día en horario no punta, y haces excursiones gratuitas a pueblos. Mi hermana se ha sacado la tarjeta intermodal y ya sabes que gratuito. Yo no lo descarto de vez en cuando y dejar coche. Muaskkkk
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