El tal no debiera confundirse con el hartazgo; con el odio que nos pueda embargar por un rato sin perspectivas o la depresión frente al vacío que presumimos amenaza el porvenir. Tampoco me refiero al trabajo u obligaciones que terminen por abrumar – la vida como un cabaret sin rumba, que escribiera en su día Zoe Valdés – e impidan el imaginativo vistazo a ese más allá diferente. El aburrimiento que hoy me permito glosar, en cierta sintonía con el spleen de Baudelaire, nada tiene que ver con lo anterior y es la quietud, sin planes inmediatos ni requerimientos a corto plazo, la mirada perdida en ese impasse y atención sin objetivos, en direcciones variables, el estado de ánimo que podría auspiciar el vuelo mental y propiciar el desbroce de algún sendero que conduzca a la seducción por desconocidos y atractivos nuevos horizontes.
Es el desquehacer, siquiera transitorio, la desprogramación, una situación que tal vez favorezca la llegada de nuevos pensamientos y el conocimiento inesperado de otro yo. La fantasía, libre de ataduras, podría perderse en devaneos por escenarios distintos a los ya transitados al verse liberada de una agenda demasiadas veces excesiva y es que, para tener nuevos ojos, no hay nada mejor que cambiar de paisajes.
No se trata del aburrimiento que Henry Miller, en su libro “Los días de Clichy”, dice caracterizar la entera vida de los luxemburgueses, cuya única preocupación sería la de decidir en qué lado del pan untar la mantequilla. Nada de cronificar el tedio hasta convertirlo en la habitual forma de estar, sino aprovechar, sueltos para la divagación, un coyuntural mal de vivre; hastío que puede ser el inicio de esa inesperada expansión que alumbre nuevas ilusiones y sirva de trampolín a un distinto modo de ser y actuar. No debiera importarnos que sean casi siempre castillos en el aire; alguno de ellos podría aterrizar y, en todo caso, apuntar alto no debiera subordinarse a esa gravedad que suele imponer la cotidianidad. Por todo ello y más de una vez, ¡bienvenido el ocasional aburrimiento por lo que pueda traer consigo! Si más no, la desconexión: una excelente medicina que no necesita de prescripción facultativa.
Aunque no lo parezca, que tema mas imortante sobre todo en la vejez o la jubilacion donde parece que tenemos todo el tiempo del mundo para hacer algo lejos ya de la presion de nuestra otrora profesion, y si a eso le sumamaos el tedio del invierno con sus dias grises, entonces todo ese conjunto debe llevarnos a la reflexion de los aburrimientos cicunstanciales, donde tambien para aquellos que escribimos por placer, o como expresa Gustavo, Contar es vivir, sufrimos esa perdida de tiempo donde la musa no aparece y nos inspira. Gracias Gustavo por solfear esos temas que a menudo nos acompañan .Mario
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¡Cómo consigues expresar lo que suscribo totalmente!. Bienvenida esa desconexión, y si le añadimos esos pequeños placeres que contabas en tu anterior artículo…😉Lúcido Gustavo!
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Pilar: en todo caso, la mediana lucidez del ocasional aburrimiento (semiproductivo). Besos
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Lucidez desde siempre, añadida tu exquisita prosa, da para que ese ocasional aburrimiento sea, estoy convencida, más que productivo. Besosssss
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Mario: leyéndote y sabiendo de ti, no dudo de que la musa andará a tu lado. Un fuerte abrazo, compañero.
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Gracias hermano siempre un placer leerte y aprender de tus reflexiones, te esperamos por Montreal un dia.
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Mario: ¡Ya me gustaría…!
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Como bien dice,estamos los jubilados excentos de ataduras,la programación del día a día es distinta.Y nosotros también somos distintos,algunas veces un poco de aburrimiento si lo hay,un abrazo.
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Cati: ¡a disfrutar del día a día, con ocasionales aburrimientos incluidos! Un abrazo.
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