En los tiempos que nos han tocado en suerte, disponer de los mismos (y no me refiero a censuras ideológicas propias del pasado) creo que nos haría la vida más agradable por sus efectos, considerando eventuales aplicaciones con intenciones varias y el abanico de resultados. Debería haberlos polimorfos, multifuncionales, a utilizar en interiores o exteriores, autoimpuestos u obligados por terceros…
Imaginen el bienestar de la ciudadanía si las motos estuvieran obligadas a circular con ellos, los baretos debieran filtrar el vocerío en cuanto cayese la noche o, sabido que en ocasiones el silencio es la mejor opción, se pudiera – siquiera temporalmente y previo acuerdo mayoritario, ¡faltaría más! – colocar el dispositivo en algunas bocas: desde entrenadores de fútbol a perennes anunciantes de presuntas catástrofes sin posible solución o, si me apuran y requieren mayor precisión, de Sánchez a Feijóo y algún que otro intermediario/a entre la plétora de quienes ejemplifican lo que Hemingway afirmó en su día: que hacen falta dos años para aprender a hablar y sesenta (por lo menos) para aprender a callar.
Pero hay más, incluso dejando aparte el silencio del más allá o el de los corderos, y es que como ustedes saben, habrá que apreciar en su justa medida el punto en boca inocente, precavido o meditado; en tales casos podríamos guardar los silenciadores para mejor ocasión al igual que deberíamos eliminarlos cuando sirven para callar verdades, y es que las bocas cerradas pueden también cargarse de culpa o, como advirtiera Sófocles, puede haber algo amenazador en un silencio demasiado grande.
No obstante, la cotidianidad puede a veces poner en evidencia la inconveniencia de algunos sonidos y, en consecuencia, la oportunidad de la mudez sea cual sea el escenario o el orificio emisor. Así pudo comprobar no hace mucho el individuo cuya ventosidad anal irritó a un vecino al extremo de darle tal mordisco que le arrancó media oreja, según se publicó en prensa. Sin duda los silenciadores, dados sus variados usos y emplazamientos, precisarán de diseños varios para cumplir su función desde la boca al recto. Habría que ponerse a ello y, tal vez, la supervisión de la idoneidad de los mismos por parte del/la ministro/a adecuado/a sería una buena opción. Elijan ustedes mismos al/la que prefieran, pero con la oportuna preparación al respecto, a diferencia de lo que viene siendo habitual en ellos/as.
Super,es verdad , a veces un comentario hecho con buena fé,puede volverse una catástrofe.Me ha gustado mucho que dos años para aprender y sesenta para callar, o quizás muchos más para estar con boca cerrada en alguna ocasión.
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Es que sólo nos faltaba con los ruidosos que somos en este país, que se hayan añadido los altavoces de tantos y tantos…Lo de las motos y, especialmente, en la Serra de Tramuntana es desquiciante, ya lo comentamos en alguna ocasión.
Hace poco, yendo a un rincón de mar paradisiaco, no faltaron unos jóvenes con su música a todo volumen, en día laborable, qué yo sí estuve a punto de morderles las orejas, porque me costó unos minutos convencerles que dejasen de molestar.
Y, por cierto, no me he auto impuesto un silenciador…Qué ni bajo el agua me callo.
Besotesssss.
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Siempre que no hables con altavoz… Besos.
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Tengo vozarrón, pero te aseguro qué detesto desde siempre los altavoces…
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