El retiro de la actividad que se ha venido ejerciendo, quizá durante décadas, puede alimentar parecidas sensaciones a las de esa vejez que acecha en el horizonte: aceptarlo y al tiempo desear posponerlo, hurtarse a él como al avance de una edad que, como mal menor (se suele querer que el corazón siga latiendo, aunque acechen canas y arrugas), habrá que asumir con la esperanza de que, en el mejor de los casos, pueda tardar unos años más eso que alguien llamó “el único argumento de la obra”.
Ambas, jubilación y vejez, avanzan de la mano y subrayan el tiempo en que acostumbran a crecer las nostalgias por lo que se consideran paraísos perdidos, porque ha llegado la etapa en que (Susan Sontag) cualquier cambio será a peor. El futuro se adivina cargado de sombras, la soledad crece conforme los amigos van desapareciendo en una masacre del entorno que también nos amenaza y, sin embargo, es posible disfrutar ese otoño, antes de que el frío del final termine con nosotros, si evitamos la rendición. Para ello, será preciso revertir el pensamiento hacia los aspectos positivos que acompañan a la madurez; hacer propia, con Azorín, la idea de que también vivir es ver volver, y la memoria traer consigo placeres del pasado que nos dibujen una felicidad que no todos alcanzaron a disfrutar. De ese modo, podrá colorearse el propio interior, los eventuales días por venir y echarle, en cada despertar, un pulso al tedio y a los interrogantes que traiga la falta del añorado plan motivador.
Tras la jubilación podremos disfrutar con más tiempo de nuestras aficiones, si acaso las tenemos, o construirlas. Continuaremos la andadura cargados de experiencia, obligaciones menos, horarios únicamente los autoimpuestos y, con el escepticismo y la relativización que suele teñir esta etapa, recrear capítulos queridos de nuestra historia para quienes nos sigan. Habrá llegado el tiempo de asumir el nuevo papel con serenidad, prestos a nuevos retos que nos justifiquen, mirada de frente a lo por venir y siguiendo en pie porque, sentados o en cuclillas, igual tenemos que hacer maravillas para poder levantarnos y no dar la impresión de haber claudicado. Aunque sea por causa de los males de espalda o las artríticas rodillas.
Gustavo siempre geniales tus reflexiones y mas esta que nos toca tan de cerca en la dualidad jubilacion-vejez, solo los nietos, esos » tesoros inquietos» nos sacan de la meditacion referida por ti, pero para bien, pues nos retroalimentan y quitan momentaneamente esos achaques que dices.
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No puse mi nombre pense ya estaba recogido por anteriores comentarios tu siempre admirador Mario Blanco
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Mario: un verdadero placer saber que me lees, siquiera de vez en cuando. Yo también suelo hacerlo en «Palabra abierta». Un fuerte abrazo.
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Maestría en todo lo escrito. ¿Sabes? cuándo estas ideas pasan por mi cabeza recurro siempre a decirme !hasta aquí has llegado con casi los 69!, porque cuándo éramos más jóvenes no nos hacíamos estos planteamientos puesto que veíamos el futuro a largo plazo, cosa que ya no ocurre.
Cuando me jubilé lo hice de forma exultante porque ya no me sentía afín a lo que fueron años intensos y enriquecedores, ya no eran iguales, y ni yo tenía la paciencia para el deterioro que observaba. Además de la maravilla por haber tenido la ocasión de disfrutar unos años, hasta el momento, de disponer de mi tiempo libremente, y sobre todo hacerlo contracorriente por no limitarte a fines de semanas y vacaciones.
Con toda esa serenidad con la que has descrito…Besotesssssssssssssss
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Hasta que el cuerpo aguante, disponer de tu tiempo a placer es un regalo. ¡Y que dure! Abrazo.
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Así es, buscando estímulos y que a veces surgen de la manera más imprevista, que se convierten en placeres desconocidos. Más besotesssss
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Verdaderamente así es,magnífico escrito ,como siempre.
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Verdaderamente así es,magnífico escrito ,como siempre.
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