Hay costumbres casi transformadas en obligada normativa, y una de ellas es la organización de los funerales y aspecto del escenario. En cualquiera de los mismos, sea laico o casi privado, existen reglas que se procura no transgredir, pero ello es más evidente cuando ocurre en la iglesia. El lugar que se ocupa en los bancos guarda relación con el grado de parentesco respecto al finado/a, el semblante de todos los circunstantes, durante el proceso, ha de revelar su duelo, y el luto, en los más allegados, viste de negro el dolor. Los varones con traje y corbata, las mujeres con velo y el vestido de elegancia recatada…
Por lo que hace a los comentarios antes o tras el acto, y por supuesto en la homilía del sacerdote, se recordará al difunto/a, tal vez su talante y alguna que otra anécdota entrañable, aunque serán sólo apuntes de lo que guardan en la memoria quienes vivieron cercanos; a veces sólo una frase, el gesto o un abrazo, transmitirán el sufrimiento, y es que los sentimientos encuentran senderos múltiples por los que asomar y en ocasiones se precisa de una adecuada interpretación para traducir lo que significan.
Es lo que ocurrió en aquella ocasión, cuando la esposa del fallecido se presentó con un llamativo vestido rojo, medias y tacones en absoluto adecuados para el acto -se decían todos-. Los comentarios de repulsa se acentuaron al finalizar las exequias y la mayoría se marchó con la sensación de que aquella mujer había perdido la cabeza, a no ser que… Sólo una íntima amiga conoció el sentido de lo que parecía despreciable transgresión a los usos establecidos, tras preguntarle sobre el porqué de aquella impropia apariencia.
“Desde que nos casamos, quiso que aprendiésemos a bailar el tango -le contestó entre lágrimas-. Me lo repetía una y otra vez cuando ya jubilado y, pobrecillo, yo nunca le hice caso…”.
Que gran lección. Solemos ser muy atrevidos juzgando los comportamientos de los demás sin conocer las razones que los fundamentan o justifican. Quizá por ello se dice aquello de “no juzgues y no te juzgarán”. Aunque a ver quien nos quita el “gustazo” de poder opinar y juzgar y sobre todo tratándose de nuestros políticos…
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Y los políticos, ¡casi no dan de sí para los comentarios…! Lo que no tengo tan claro es cómo vestirse para ponerlos como un trapo. ¿Con trapos?
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Pingback: El funeral | Palabra Abierta
Me has hecho recordar que, hace un mes más o menos, se hizo viral el video de un viudo bailando cuando salía el féretro de su mujer, añadiéndose más personas, ¡menuda ternura!. Si hay momento, en que la posible «transgresión» sea lo más respetable, es en esa despedida final.
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En cuestiones de difuntos,funerales,tanatorios oyes de todo.Una conocida mia al ir a enterrar a su marido,al tiempo de abrir el ataud para darle el último adios,tuvieron que sujetar a la mujer,estaba decidida a enterrarse con él.En los funerales para bien ya visten trajes ,vaqueros,etc.
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¡Vaya anécdota! ¡Eso es amor…!
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