La bombonería Fargas de Barcelona, en las inmediaciones de la Catedral (Calle Pino 16) e inaugurada en 1827, está amenazada de cierre como consecuencia de la entrada en vigor del Decreto Boyer a partir del 31 de diciembre de 2014. En esa fecha terminarán los contratos de arrendamiento de locales comerciales suscritos antes de 1985 (de «renta antigua») y que, desde el próximo año, podrán ser actualizados por el propietario. El pasado sábado fuimos a comprar -como hacíamos antaño, cuando vivíamos allí- catanias, unas almendras envueltas en chocolate que son de chuparse los dedos.
Mi mujer conoció la pastelería a través de su tía, y la tienda se convirtió en referente de golosinas. Sin embargo, y de no cambiar las cosas, cerrará.
No diré que pueda considerarse justo, sin matices, mantener unos alquileres obsoletos y que llevan décadas sin adecuarse a los precios de mercado, pero multiplicarlos dentro de un año por veinte o treinta no estará al alcance de muchos pequeños comerciantes, que se verán obligados a echar el cierre o cambiar de ubicación. Se calculan en unos 60.000 los locales que pueden verse afectados en España, y sobre los 150 en Barcelona, según me informó la dueña de Fargas.
Se habrán terminado catanias, trufas y lenguas de gato en la calle de siempre, pero también desaparecerán -o ya lo han hecho- librerías (Jaimes, Canuda…), locales de arte, baretos o el colmado que usted solía frecuentar en esa u otra ciudad, y cederán sus emplazamientos a grandes firmas o multinacionales que puedan asumir los nuevos costes. La singularidad que procura el pequeño comercio está a punto de recibir una nueva estocada de peor pronóstico que las anteriores y con todo el respaldo jurídico pero, más allá de razones, los sentimientos se duelen. Y, en el caso de Fargas, también el paladar. Sólo cabe confiar en que se alcancen soluciones conciliatorias. Siquiera con muchos de esos comercios: los que han contribuido a definirnos, a que sepamos dónde estamos y de dónde venimos para ser como somos.
Una prórroga forzosa en un alquiler de local de negocio a día de hoy no tiene sentido alguno,
máxime teniendo en cuenta que incluso los arrendamientos de viviendas que se constituyen a día de hoy, y estando considerada ésta como un derecho según el artículo 47 de la Constitución, han visto flexibilizada su duración forzosa por la LAU de 1994 y por la ley 4/2013 de 4 de Junio (no así los sometidos al decreto Boyer, que todavía perdurarán).
Un local de negocio no es una necesidad básica del individuo, pero aún así, en muchos casos y gracias a la falta de claridad del regulador, los arrendatarios de dichos locales de renta antigua podrán seguir beneficiándose también del decreto Boyer más allá de 2015.¿Deben los propietarios seguir sufragando negocios ajenos de por vida?
Sería interesante escuchar la opinión del «propietario» del local de la calle Pino 16, así como la de alguno de los miles de arrendadores de viviendas sometidas a dicho régimen, cuyos derechos no
protegió tanto el regulador a la hora de actualizar impuestos y tasas. Y digo «propietario»
porque gracias al famoso decreto puede que perdiera una parte de dicha condición.
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Creo que tienes toda la razón. Pero mi comentario sobre la pastelería Fargas se basaba más en el paladar que en el razonamiento…
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