Benditos seamos los ingénuos que creíamos no hace mucho que el lenguaje se creó para facilitar la comunicación. ¡Qué candidez! Habíamos asumido hasta aquí que no todas las palabras están al alcance de cualquiera; de ahí la educación y un esfuerzo continuado por ampliar nuestro léxico. También éramos conscientes de que cada oficio genera su propio «idiolecto» con objeto de precisar los conceptos, aunque los lenguajes especializados sean demasiadas veces herméticos para el profano. Sin embargo, no debe confundirse la especialización con la charlatanería estructurada con el único fin de hacer imposible la comprensión, pero con apariencia de rigor.
Hemos tenido que aprenderlo sobre la marcha. Es el recurso de muchos políticos y ayer comprobé que también de los banqueros lo cual, por otra parte, nada tiene de extraño porque comparten, a más del cripticismo, la poca vergüenza. Alguien me mostró la carta que había recibido de Bankinter a propósito de unas acciones compradas en su día a Lehman Brothers (en el origen de la crisis económica). Ente otras lindezas, dice así: «En el ámbito del proceso concursal sustanciado, el importe recibido resulta de la valoración del bono en función del subyacente al que va referenciada la estructura…».
No acierto a decidir si hablan de edificaciones en terreno movedizo o si tal vez haya un sustancial concurso de por medio, pero tal vez sea lo inexpresable eso que pretenden disimular con palabras y se trate de turbios manejos de los «banksters», de igual catadura aquí que allende los mares.
A la postre, no alcanzo a entender lo que dicen, y el mensaje sólo consiguió recordarme la pregunta que se hacía Bertold Brecht: «¿Qué es robar un Banco comparado con fundarlo?». Y una vez abierto, pues cualquier cosa, ya ven: aquí, el denodado esfuerzo por aclarar su situación a los clientes. Con iguales modos, hace unos años, vendían basura o preferentes, su eufemismo. Y siguen en las mismas.