Por lo menos, creo que era así en el pasado porque actualmente, tras la irrupción del libro electrónico, ya no puede inferirse, por la ausencia de los de papel, supuesto alguno sobre el hábito lector. Sin embargo, muchos aficionados al e-book siguen conservando, en mi experiencia, los que adquirieron tiempo atrás, así que también rezaría para ellos algo de lo que sigue.
Por lo que a mí respecta, se almacenan en las estanterías con criterios que tal vez diesen para concluir sin necesidad de psicoanálisis. Los autores se agrupan por países y ordenados alfabéticamente en ambos casos, pero excluyo, y tienen espacio diferenciado, los escritores españoles e hispanoamericanos. No obstante, la cosa no acaba ahí y también hay temas separados del resto con independencia de origen y linaje; a saber: política, psicología, poesía y libros profesionales (se diría que empezar con «p» podría tener que ver, aunque no es así excepto por lo de actuar a piñón fijo).
¡Ah!, se me olvidaba: las mujeres van aparte, aunque a partir de su espacio distinto, también reza con ellas el criterio alfabético de país y apellido. Empecé con esa distribución en cuanto tuve casa propia e ignoro el origen de la inspiración aunque, visto con perspectiva, supongo que mi inicial afición por determinados escritores podría explicarlo (agrupados los más leídos, es decir, aquellos que escribían en castellano: desde los clásicos al boom latinoamericano). También, quizá, transpiré cierto machismo porque, ¿a qué separar las féminas? Y tal vez el Mayo del 68 exigiera asimismo de espacio propio para que pudiesen convivir sin interferencias Marx con Cohn-Bendit.
Una organización que cojea porque ya me contarán dónde situar a una mujer poeta. O a un ensayista político que es a su vez novelista. Por ende, ¿y si hubiese olvidado la patria de cualquiera de ellos, dónde buscar? Pero tras décadas sigo en mis trece, con una cabezonería inasequible al desaliento. ¿No les digo que el orden en los estantes responde muchas veces a algo más que el sentido común? Aunque no me imagino volviendo a empezar. ¡Menudo estrés!
Lo de la colocación de los libros por temática o alfabeticamente, a mí me resulta casi imposible, y eso que lo intenté un par de veces, pero a la luz del poco espacio del que dispongo para su almacenaje resulta que acaban ordenados los más antiguos a doble hilera y los últimos van siendo colocados encima, eso conlleva que muchas veces me llevo gratas sorpresas pues a pesar de saber que he leido, cuando toca airearlos siempre me quedo maravillada mirando otra vez sus portadas y ojeandolos de nuevo, con lo cual un trabajo de un par de horas pasa a ser de un par de días, enteniendo como tal el concepto mallorquín, o sea unos cuantos, para desespero de mi familia pues todo queda durante un tiempo manga por hombro.
Si, soy una lectora caótica y lo peor de todo, ¡ me encanta !
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Los míos se van ubicando según tamaño, pues los vanos interbaldas son disímiles. Además, se disponen en 2 hileras, quedando detrás los condenados al olvido o quizá delante los que me pillaron más vago.
Como fuere, los anoto en una base de datos que se llama «Biblioteca». Uno de sus campos tiene el siguiente jaez: A2T. ¿Qué es eso? Es la 2ª balda -empezando por arriba- del primer cuerpo de la librería del despacho, mirando de frente y empezando por la izquierda; la T significa que el libro está en la fila trasera, o sea que no se verá fácilmente.
Ahí acabo de alojar una relectura, en concreto «Vida y muerte de Gilles de Rais», una biografía con visos de verosimilutd sobre un hijoputa de grueso calibre. Ahora voy a SB3D (armario del salón, mitad de la derecha, balda 3, empezando por arriba, fila delantera), para colocar la carátula de un libro que se ha llevado la novia de mi hijo. Se titula (quizá se titulaba) «Nos vemos allá arriba» y es/era una excelente novela de Pierre Lemaitre. Menos mal que la tengo en la cabeza y no pienso olvidarla antes de 175 años, como mínimo.
Respecto del libro electrónico, mejor me voy al salón inmediatamente y me ahorro las invectivas que con total seguridad me acarrearía mi impopular postura. Tiene algo que ver con los lanzallamas y no es plan.
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Estaba tentado a copiarte, pero luego he pensado que sería incapaz de memorizar el significado de las siglas, y es que SB3D parece más bien un antiangiogénico, ¿no? En cuanto a los libros electr., no rechazaría participar en un comando.
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Ya que vamos a vueltas con los libros electrónicos,¿ que es lo que les hace tan irresistibles? la supuesta modernidad del que los utiliza, o la demostración a no quedar anclado en el pasado, presupongo, pero a mi lo que verdaderamente me atrae de un libro , aparte de su contenido (primordial), es el aroma que desprende el papel cuando lo abres, y si os fijais bien según las editoriales los olores de sus tintas varian, hay una en concreto no os diré cual que escribe libros para niños y , al menos en mi colegio, no tienen mucho éxito, pues el problema es que al abrirlo sus paginas desprenden un olor nauseabundo a vómito, y que conste que no son historias de terror o gore, de modo que ni el más avido lector de primaria los coge pues provocan verdadera repugnancia a medida que vas pasando las páginas. Ahí desgraciadamente si que le ganará el libro electrónico.
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Bueno: cabe reconocer que el electrónico tiene ventajas; entre otras, poder acumular unos miles en un palmo cuadrado evitaría vernos en los problemas de ordenación que relataba; el almacenaje resuelto así como la búsqueda y, por supuesto, el precio aunque no se piratee. No obstante, el tacto y el volumen, las anotaciones manuales, la historia de su búsqueda… Y el olor, sí. Por cierto: ¿a vómito?
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Los mohos, la mácula aceitosa, el subrayado, la esquina rota, el pliegue inoportuno, aquella página duplicada o encuadernada donde no debía… Lo que éramos/fuimos, lo que somos, o creemos que somos… Lo que se anunciaba como una promesa y quedó desmigado, en polvo, en nada.
«La busca», de Baroja, en primorosa edición de Caro Reggio, que fui a adquirir para un trabajo escolar, con la sorpresa vergonzosa de que me presenté en la librería en zapatillas, zapatillas de las de casa, con sus marrones cuadros de siempre. Y el trabajo quedó escrito (con un premio, además) y le cogí gusto a la saga y a la semana siguiente, ya con civilizados zapatos, compré «Mala hierba», del mismo autor y editorial, un autor al que ya no leo -ya está leído- y una editorial que quizá no exista, entre otras cosas por la emergencia incomrensible de cierta morralla con enchufe.
De todo lo cual dejan testimonio indeleble, en sus sólidas estanterías, sólidos volúmenes que algún día, por la caprichosa naturaleza que nos hace asquerosamente mortales, irán a parar a librerías de viejo donde no seré más que un ex-libris de dudosa interpretación. Eso sí, podrán rastrearme arqueólogos del alma, quizás unos tataranietos angustiados por esos genes atrabiliarios que les hacen sentirse raros, distantes e indiferentes a los últimos cacharros de afamadas chatarrerías.
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Baroja uno de mis preferidos , aunque debo decir que me enganche con un libro atípico, según mi profe de literatura del momento, que fue » las inquietudes de Shanti Andía» me encantó, tenía 15 años, y en esa época me encantaban las biografías , tanto es asi que me quede prendada de la de Sir Winston Churchill, al margen de sus tendencias políticas, pues eran una pura aventura.
Y si a vómito, con solo abrir la portada ……..
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