TAMBIÉN PARA LOS LAICOS, CONFESIÓN Y ATRICIÓN

Visto lo visto hasta la fecha -y la aprobación por los pelos de la reforma laboral en el Congreso es el último ejemplo-, cualquiera podrá deducir que reconocer los propios errores no es lo que se estila. Por lo general, se prefiere estar seguro de que el tupido velo con que se intentan ocultar deslices y corruptelas carezca de agujeros por los que alguien pudiera atisbar el cariz de algunos comportamientos, mientras se procura, en paralelo, domesticar los principios a placer y adaptarlos a una ética fabricada al gusto, trivializar los hechos a conveniencia (la realidad también se inventa) para evitar la desazón y, con tales mimbres, apuntalar la conciencia contra molestos remordimientos.

Para todo lo anterior, deberá recurrirse a la mentira las más de las veces –herramienta necesaria en política, como afirmara Hannah Arendt-, y es que cualquier cosa vale cuando metidos en escenarios donde el sostenella y no enmendalla es lo que suele primar al punto de que, a lo que parece, sólo los creyentes, con confesionario de por medio y por tanto en el más absoluto secreto, destapan sus vergüenzas. Sin embargo, y para un mejor futuro de todos  -exceptuando a los implicados-, no estaría mal que desde la misma escuela primaria se recomendase, al igual que el bocadillo de media mañana, quitarse la máscara sin cura interpuesto cuando determinados comportamientos perjudiquen a otros o remeden sin sombra de duda el bla bla bla (Greta Thumberg dixit) con que se pretende vestir lo impropio, más allá de las reuniones para el supuesto y fallido control del cambio climático.

En dicha línea podría imitarse, en el ámbito seglar, lo que algunos hacen cuando arrodillados y en pecado: relato de los hechos, arrepentimiento, dolor de corazón y propósito de enmienda para empezar. No obstante, y sin dios de por medio, no será posible la atrición espiritual (miedo al divino castigo) y el escarmiento tiene visos de quedarse corto con los cuatro padrenuestros de rigor, de modo que habría de ser el sentir popular, mediado por los correspondientes tribunales, lo que marcase la diferencia. Existe otra atrición posible, en este mundo nuestro, consistente en la anulación de alguna parte del cuerpo al improbable confeso, y he llegado a pensar desde la lengua a algún otro adminículo periférico. Pero descartada la tortura (cosa distinta sería la anulación de funciones para ciertos órganos: atrición electrónica), dejo a su mejor juicio las oportunas sugerencias para que las penitencias consigan modificar determinados comportamientos y desaconsejen en el porvenir, por inútiles, las huídas a Abu Dabi de cualquier sospechoso, compra de votos, financiaciones a los amiguetes o almacenar la pasta subrepticia en Luxemburgo o las Caimán. Y es que incluso la Covid puede preferirse a alguna que otra Corona a secas; sin vid.

Acerca de Gustavo Catalán

Licenciado y Doctor en medicina. Especialista en oncología (cáncer de mama). Columnista de opinión durante 21 años, los domingos, en "Diario de Mallorca". Colaborador en la revista de Los Ángeles "Palabra abierta" y otros medios digitales. Escritor. Blog: "Contar es vivir (te)" en: gustavocatalan.wordpress.com
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4 respuestas a TAMBIÉN PARA LOS LAICOS, CONFESIÓN Y ATRICIÓN

  1. Cati Colom Llado dijo:

    Muy buen texto,tienen las narices nuestros queridos políticos como las de pinocho,mentiras siempre igual.Y los que nos faltaba nuestro rey pasando el célebre covid.

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  2. Pilar Bonilla dijo:

    Vamos querido, tu admirable ironía «desentona» en la actualidad. Las caretas son burlescas y zafias hasta límites que, me temo, sean irreversible por eso que tanto se utiliza «normalizar» la estupidez de las mentiras groseras. Besosssssssssssssss

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