Bañada en la tibieza del tiempo en duermevela, siento firme el correr de la savia. Apenas me enderezo, me acogen mis hermanas y de nuevo me tiendo, me levanto, me inclino… Mi movimiento es cíclico. No elijo. Me traspasa la brisa en ligeros vaivenes y, como en un juego, lucho contra el destino aunque sé que es inútil. ¿Y esa de aquí, acostada? Parece sufrir tras ese tinte ocre que recubre su tez. Es raro que no vibre al compás de las ráfagas, aunque tal vez esté ensayando un nuevo ritmo. O aquellas otras dos, abrazadas; quizá dos amantes pero también, claro, nacieron con suerte: cabeza y talle joven, flexibles para retozar de mitad hacia arriba porque lo que hay bajo sus pies las nutre e inspira…
Las más altas de entre todas nosotras son las mayores. Se esfuerzan en mirarnos e intentan quiebros cuando nos agitan, aunque ni una ni otra cosa consiguen con gracia. Todo lo más, un crujido de adaptación que debe doler a juzgar por la presteza con que recobran su posición original. Y a las pequeñas no nos hacen el menor caso aunque a veces les hagamos cosquillas en los tobillos. “Hola, amiga –me saluda una-: ¿qué haces ahí? Levántate ahora y déjate caer. Verás qué sensación…”. No tengo tiempo de aburrirme y me basta con sentir. Sin moverme. De vez en cuando soy presa del frío y entonces me retraigo hasta la nueva luz. La primera vez, ocurrió algo nuevo que me produjo un terror indescriptible. Sobre mí iban cayendo masas heladas que lamían este cuerpo aterido. Me golpeaban con un ruido sordo y, tras robarme el calor, huían para enterrarse allí donde no podía verlas ni entenderlas. Cada vez más frío, y cada vez más golpes hasta que descubrí lo único que podría salvarme: resistir. Agacharme, concentrar el resto del calor en lo más hondo y fingirme dormida en espera del sol.
En posteriores goces luminosos he preguntado mucho y nadie me ha explicado el porqué de esos blancos algodones que te calan tan hondo. Mis amigas, las jóvenes abrazadas u otra que reposa a mi izquierda con muelles balanceos, me miran con sorpresa y suelen asentir cuando cuento del miedo. Deben sentir lo mismo pero callan. Las mayores, ceñudas… Sólo aquella encorvada de color ceniciento me respondió en voz baja: “Aguanta mientras puedas”. He seguido mirando y a veces musitando, pero he abandonado la palabra vertida al aire para comerla a solas.
-¿Por qué te mueves así, rompiéndome la brisa? Debes esforzarte en algo diferente…
Eso me dijo. Lo cierto es que estoy algo más gorda y he perdido la elegancia de antaño, pero he ganado en vigor. He aprendido y no me gasto en probarme. También reconozco que tengo el cutis ya parecido a aquella amiga vieja: amarillo y reseco. Y al inclinarme, crujo. Pero veo más lejos: hasta aquellas colinas donde se pone el sol. ¡Cielos, que duro es hoy el viento! Me obliga a doblarme más, más…me duele…maldito…más…
-¿Por qué traes esa cara, José?
-¡Mujer: cómo quieres que venga…! El vendaval ha destrozado el trigal. Las espigas cargadas por el suelo…
PD: El título, como seguramente habrán colegido, era “LA ESPIGA”, y lo he encontrado décadas después. Tenía 18 años cuando lo escribí y no he podido resistirme a la tentación de adjuntarlo al blog. Como verán, la afición por el boli me viene de tiempo atrás. Cosa distinta es que desde entonces haya mejorado un algo en habilidad…
Tuve un profesor de Lengua que me instó a redactar un algo en torno a algo, y me salió una descripción de un caserón humeante, un palacio pueblerino que recién se hubiera quemado y allí estuviera yo, como un bombero extemporáneo, levantando acta del drama. Caritativamente, el profesor me dijo: ‘Tiendes a intelectualizar lo que ves. Puede ser bueno’. Fui por Ciencias.
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¡Hombre, colega! ¡De nuevo por estos lares! Un abrazo y a seguir intelectualizando… A ver si lo consigues con el debate Casado-Ayuso, je..je..
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Cayuso y Pasado (no son erratas) me suenan como una de esas óperas ‘acartonadas’ de no se sabe quién, algo así como ‘Idomeneo y Clitemnestra’, cuyas trifulcas amorosas parecían alumbrar el fin del mundo y acababan en el mohoso olvido. Los pajarillos se enamoriscaron cuando eran boy-scouts (excursiones campestres y debates dizque ideológicos), reverdecieron poemas pastoriles cuando el azar los hizo reencontrarse y se toparon con agrias circunstancias que el yogur no resiste.
‘Dime, amor, cómo te fueron los años
Años fueron de penurias
de distancia y frialdades
Mas ahora veo en tus ojos
la luz del nuevo milenio’.
Métase una soprano gorda y la obra sale así. ‘Amooooooooooooor / si los dioooooooooooooooses lo quisiiiiiiiiieeeeeeran / te daría yo mi tiaaaaara / y tú me darías tu troooooooooono’.
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Hay amores que matan…
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¡Que fantástico poder encontrar escritos de juventud! Los míos fueron tirados cuando salí a estudiar, aprovecharon para limpiar mi cuarto…
A día de hoy lo que más me gusta es crear cuentos para niños y contarlos en sesiones de cuenta cuentos, me encanta ver sus caras ( y la de sus padres) siguiendo las tramas y si no es un cuento propio, teatralizar lecturas, en Halloween los de Poe son una opción tremenda para que escuchen un clásico y vean que la literatura no pasa de moda.
Felicidades por tu creatividad!!!.
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Contar a niños implica una especial habilidad, me parece. Me gustaría oírte cualquier día… Un abrazo
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Exquisito relato y tan joven!. Con estos mimbres, cómo no celebrar tu inefable y admirable trayectoria. Me has vuelto a proporcionar un soplo de aire fresco y delicioso. Besssossss
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¡Menos mal que admiras mi «admirable» (¡¡¡) trayectoria. Abrazos.
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Admirable, ni lo dudes !!!
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Que gran relato,como se nota su mano de escritor en éste escrito ya en sus tiempos mozos,simplemente habla de espigas,peró es magnifico!!!.Me a encantado.
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Me alegro, Cati. Un abrazo
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