Un debate más que, como otros muchos y según dijera alguien, sólo dejan agujetas en el espíritu sin que nadie consiga convencer al oponente. Es lo que nos ocurrió el otro día con un amigo durante la cena y es que, tras el primer vino, nos enzarzamos en una acalorada discusión sobre la eficiencia en el trabajo y si, previamente o en paralelo a dicha exigencia, el esfuerzo –en términos económicos- de los poderes públicos debería priorizar la igualdad de oportunidades, toda vez que no puede ser competente, con la correspondiente contrapartida salarial, quien por circunstancias ajenas a su voluntad no ha podido acceder a la necesaria formación para determinada responsabilidad, lo que lleva aparejada una clara evidencia de injusticia social.
-¡Déjate de abstracciones! A quien accede a un puesto, el que sea, se le debe exigir eficacia y espíritu de mejora en la función que ejerza.
-Si reúne las condiciones precisas, y no todos han tenido las mismas posibilidades
-Son cuestiones distintas que deben ser abordadas a la vez, pero no hay por qué solaparlas…
No explicitaré cuál era mi posición, pero la controversia me recordaba la que mantuve años atrás con otro, sosteniendo uno que la literatura servía para perfilar un mundo diferente y el contrario que, como afirmase Saramago, de poder hacerlo ya habría cambiado, lo que no ha sido el caso.
-Y así poder dar razón a quien dijo que todos somos iguales, pero algunos lo son más que otros.
-Estás mezclando la necesidad de optimización con ideología…
-Y tú háblale de ideologías al hijo/a de un campesino de la España vaciada, sin más opción que seguir pastoreando y, en casa, cuidando cuatro gallinas.
-De aumentar la eficiencia empresarial, pública y privada, eso podría cambiar para muchos.
-Y entretanto, compasión en lugar de justicia.
-De ser tú responsable de costes y resultados, quizá modificarías un algo la perspectiva…
-Hasta defender con uñas y dientes la masturbación. Quizá te suene lo que escribió Oscar Wilde: es más eficiente –que es lo que defiendes- y encima te encuentras con mejores personas.
Por suerte, y en llegados aquí, nuestras respectivas parejas pusieron fin a lo que pudiera seguir. “¿Por qué no disfrutáis en vez de meteros en berenjenales y decir sandeces?”. Y seguramente llevaban razón. A veces silbar, o asentir sin abrir boca, es una excelente opción.
He pensado mucho con éste escrito,en dos personas que también se veían en alguna comida, siempre terminaban colorados hasta las orejas, uno tenía ideas diferentes al otro.Suele pasar y las mujeres tambien teníamos que poner fín .
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Es la sal de la vida, ¿no?
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Aparenta que me he perdido un debate interesante. Me resulta familiar en polémicas varias.
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A veces, mucho mejor escuchar y la boquita cerrada, ¿no?
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Ciertísimo, aunque según lo leído entonces se habría quedado en un monólogo.
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